Vivir independiente siempre me ha parecido una de mis grandes fortalezas y logros a nivel personal. Saberme dueña de mi vida, enfrentar las consecuencias de mis decisiones y aceptar los riesgos de cada una manteniendo un compromiso conmigo es una satisfacción. Ya son varios años de que elegí comenzar a ser adulta en toda la extensión de la palabra.
Y ahora en este temporal de Coronavirus, me enfrento a un reto nuevo, llenar los espacios de mi vida física solo de mí y claro con la compañía cálida de mis mascotas que saben darse en amor y cuidado, en cercanía aún cuando no dicen nada.
Y justamente a ese punto quería llegar, el desafío es el silencio. Se lee rápido, se dice fácil pero el silencio está lleno de "todo" cada recuerdo, episodio vivido y de cada uno de los "nada" que nos hemos guardado en el fondo del alma.
Me he sorprendido en todo tipo de diálogos internos, desde aquellos que me traen gratas remembranzas hasta los crueles que me gritan los desaciertos que he acumulado en mis años.
El silencio se ha hecho oír, me ha acercado a rincones de mí, que yo no habitaba, que no miraba, que no escuchaba.
Eso que escondía, aquello que reprimía es yo misma la mujer de mil maneras, de mil historias, de mil anécdotas.
A qué cada uno de ustedes y yo podríamos escribir fantásticas novelas misteriosas, alegres, románticas, pasionales, terroríficas, a una, a dos o hasta tres voces, en un tiempo, en dos tiempos, en tres tiempos.
Ir de una puerta a otra, atravesar con palabras las telarañas de las viejas ventanas de nuestra niñez, adolescencia y juventud de los veinte.
Yo he escrito un poema de ello, palabras más, palabras menos, palabras que me acompañan cuando por fuera hay silencio.
¡Tengan buena espera y que la espera sea con esperanza!
Buenas noches, seamos luces desde cualquier punto del planeta para reconocernos como faroles en esta ya tan larga pandemia.
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| Todos los derechos de la imagen le corresponden al creador de la misma. Imagen tomada de Pinterest que lleva al link: https://twitter.com/wolves_my_love/status/642735849893982208
Sentada al pie de la cama,
con los ojos puestos en la vista
que mira hacia la ventana.
Comienzo la mañana
desde la madrugada
e inicio desde ya
un conversatorio con la mía callada
la que se me esconde a tres metros
entre la piel, la sangre y los huesos.
Me dice que tejerá las palabras
con narrativas de memorias pasadas
y como ovillos extra, traerá
ideas de proyecciones a venir
donde las lágrimas se mezclan
entre la angustia y la paranoia,
entre la ansiedad y la tristeza,
entre la soledad y la tecnología
y luego de hablar tejiendo mi vida
como chalina extra gruesa en tiempo de frío
en espacio de diez minutos
o en el sueño de mis horas
se calla y sonríe,
me dice palabras de aliento,
uno o dos chistes, sé fuerte, siempre puedes
y me levanto a bañarme, a vestirme
me pongo guapa y enfrento los miedos
no del virus sino aquellos que traigo cosidos
desde el pecho hasta la espalda.
Sé que la voz que me habla
es mi yo pequeña, mi yo adolescente
mi yo universitaria, mi yo en los treintas,
mi yo que se acerca a los cuarentas.
Y todas ellas, solo quieren que sepa
que me aman, que están orgullosas
como yo lo estoy de ellas.
Y el silencio por fuera se hace sonoro
por dentro hago de esto una lección
y aprendo, ahora le pediré a mi voz
que en vez de hablar cante y hasta soprano
en una de esas me vuelvo.
Autora: Patricia Adriana Hernández.
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